martes, 5 de julio de 2011
LA HELADA
Don Antonio controla el termómetro clavado en un poste, cerca del galpón. Son las dos de la madrugada en la finca, la luz de su linterna le permite ver que ya el mercurio marca un grado bajo cero.
Entonces, grita con cierto nerviosismo, -¡ Preparen los quemadores, que la helada se asienta nomás!-
Varios hombres, entre los que están sus dos hijos, corren a buscar las alcuzas y los mecheros, mientras que entre las hileras de manzanos, los tarros con el correspondiente combustible, esperan listos para ser encendidos en cualquier momento.
Y llega la temida orden... -¡enciendan!-
Pequeños chorros de combustible de las alcuzas caen en los tarros, que al ser tocados con los mecheros encendidos, ayudan a que empiece a combustionar el inflamable líquido, del que empieza a desprenderse el calor y el humo que va templando la baja temperatura.
Pronto el manzanar parece un paisaje de infierno. Las temblorosas fogatas alineadas dan extraños reflejos a las plantas y a los hombres, en un ambiente irrespirable.
Al fin amanece, los hombres somnolientos, vuelven con manos y rostros ennegrecidos por el humo, tosiendo por efecto del hollín en sus bronquios.
Después de dormir un poco, Don Antonio comprobará que la helada lo mismo afectó un poco, pero en tanto el alcance "contaminante de la quemada", no fue del todo en vano.
Alfredo Vicente
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