martes, 5 de julio de 2011

AROMA A JARILLA


Detuvimos el vehículo a un costado del camino. Íbamos llegando al refugio General Lemos y lo hicimos porque nos tentó la idea de comer un asadito antes de seguir más arriba. Traíamos tronquitos pero para encenderlos hacía falta leña fina. Mi hermana y yo juntamos algo de entre los matorrales y pronto ardió el fuego.
Al rato comenté que me agradaba el aroma que llegaba del improvisado fogón, a lo que mis padres me informaron de algo que yo desconocía.
Supe allí que tal aroma procedía de la jarilla que poco antes habíamos arrancado y que es un gracioso arbusto muy común en esta región y cuya resina arde con gran facilidad.
Debido a esa propiedad, en épocas pasadas se la usaba mucho para caldear el horno donde se cocía el pan.
El jarillero la vendía por las calles, en su carro y con su típico pregón -- ¡jarillerooo!
Su carga, que juntaba en el piedemonte, iba dejando en su deambular, ese singular perfume de una planta muy nativa y que según la sabiduría aborigen también tiene propiedades curativas.
El paisaje cordillerano tan gris y apagado, recibe de la jarilla los vivos manchones se su verde fuerte. El ambiente mismo de ese paisaje se impregna de su agradable olor cuando la brisa húmeda lo recorre.
Y era muy cierto lo dicho por papá y mamá, pues al saborear el jugoso asado, cada bocado llegaba acompañado de aromático sabor a jarilla.

Alfredo Vicente

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