Todo fue tan imprevisto y horrendo que ella estaba paralizada. Fue una madrugada, diez o doce Huilliches (aborígenes araucanos, montañeses y ladrones) arremetieron contra su vivienda en la que vivía hacía poco con su familia ocupando un campo de una Estancia cerca de la margen izquierda del río. Muy sanguinarios, la tomaron cautiva después de matar a los demás componentes de su familia.
Era lo normal para los maleantes llevarse mujeres blancas y jóvenes (ella lo era, además de ser española), iba en la grupa de un alocado caballo muy sujeta por uno de los ladrones que previamente le había tajeado las plantas de sus pies, para que no escapara.
A poco de huir con el botín se fueron dispersando entre los montes. El que llevaba a la cautiva intentó ser el más rápido orientándose hacia sus escondrijos en la montaña en un terreno desconocido, llevando a su cabalgadura a una zona de vizcacheras y sucedió el hecho, el equino metió su pata en una de las cuevas rodando con su carga violentamente. Ella repuesta de la caída se arrastró lentamente pudiendo ver a su agresor inerte y también al caballo que arrastrando su pata quebrada se alejaba a duras penas. Al acercarse más al humano comprobó que no respiraba, que estaba muerto.
Largo rato estuvo allí saliendo poco a poco de su estado de shock al que la habían llevado los acontecimientos. Ya más calmada vió que le iba a ser difícil caminar con sus pies en carne viva, cavilando en ello y otras cosas creyó oír un lejano rugido ¡no podía ser! tal vez un puma, a poco los divisó, eran tres y ¡ella sola y desvalida! Arrastrándose como pudo llegó al chañar más cercano al que fue trepando sin importarle los dolores que sentía. Las ramas más altas le permitieron encaramarse con mayor fuerza y desde allí ver como los pumas devoraban al cadáver del aborigen, pero eso fue poco para ellos y dirigieron sus miradas a la copa del chañar.
Pronto iniciaron el ataque empezando con fuertes remezones y intentar treparlo. Arriba la niña se apretaba a las duras ramas que la sustentaban en un sinfín de sacudones y balanceos que procuraban su caída. Allí aferrada casi adherida los aguantó largo rato con desgastada firmeza, al punto que los pumas decidieron abandonar el reto y se fueron.
Ella se quedó allí apretada a su árbol, lo único que tenía y que le importaba en esos momentos, pues fuera de ello no tenía nada. Quería ser parte del chañar, sus uñas se fueron internando en él, sus brazos, pies sangrantes y su cuerpo todo se fueron enroscando y completando una rara metamorfosis verdosa, como así su blanco rostro y clara cabellera que pasaron a ser suaves pétalos. Pequeñas raicitas penetraron la dura corteza sin herirla, pues la convertida en nueva planta no quería bajar a la tierra deseaba quedarse en su árbol y allí quedó transformada en el que pasamos a llamar: “clavel del aire”.
Muchas plantas del piedemonte ostentan estos raros vegetales, mal llamados parásitos (pues se nutren de la humedad del aire, de ahí su nombre) ellos solo retribuyen con su belleza al soporte que encuentran en esos árboles.
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