martes, 31 de enero de 2012

EL RELINCHO (leyenda)


           Si bien el término nos lleva a la confusión (en referencia al sonido producido por el caballo), los tunuyaninos bien sabemos que es un protagonismo esencial del guanaco como vigilante avisador de su manada.
¿ Y cómo llegamos a ese nombre? Como respuesta a tal pregunta solo apelamos a una posible leyenda que aquí se expresa:
Una pequeña manada de guanacos patagónicos que habían extraviado sus recorridos, llegaron a nuestra región y se mezclaron con una manada de nuestros guanacos. Los recién llegados se enteraron de los contínuos ataques que aquí se sufrían de pumas, perros cimarrones y también humanos. Los visitantes dijeron que esto también había ocurrido en sus tierras patagónicas y que justamente tenía que ver con los humanos.
Contaron que sus antepasados, también tuvieron ese problema, y empezaron a ser espectadores de los ataques que sufrían los fortines causados por los malones aborígenes. Y que allí habían ideado una estructura elevada hecha con largos maderos, llamada mangrullo (o atalaya)  que al elevar la visión de quien vigilaba arriba, prevenía a la guarnición con repetidos gritos, preparando la defensa antes de la llegada de los invasores.
A partir de ese dato el guanaco jefe dispuso que había que tomar una medida similar atendiendo a estos interesantes comentarios y que podían servir para la protección necesaria.
Meditando las posibilidades llevó a la manada a una zona de buenos pastos pero teniendo en cuenta que hubiera una serranía cercana.  En esa altura se dispuso un guanaco vigía que cuando divisaba algún peligro lanzaba fuertes relinchos (imaginando los gritos del hombre en el mangrullo), la manada entonces guiada por su jefe corría en conjunto en sentido contrario hacia donde miraba el avisador y así se ponían a cubierto.
          Este ritual quedó incorporado para siempre en nuestros guanacos y cada vez que las posibilidades propias del terreno lo permiten, lo cumplen a la perfección.
          Y es por este motivo que cuando recorriendo el piedemonte tunuyanino, avistamos una manada de guanacos normalmente percibimos la  silueta de uno de ellos en una altura, y es cuando decimos con naturalidad:  ¡ahí está  “ el relincho”!

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