viernes, 9 de noviembre de 2012

MIS VIEJOS EN EL RECUERDO

DEUDA CON DON ALFREDO

                                                                                                     
            Contar su vida es mi deuda, es como contar parte de mi historia. “Despertaba el siglo XX cuando él dejaba a su natal Salamanca iba a América con su Tía, con quien se quedara años atrás mientras su familia allá en Argentina buscaban un anhelado y mejor futuro. 
         Así se reunió  con ellos que lo esperaban en un humilde rancho del Tunuyán mendocino donde fue aprendiendo y conociendo costumbres  a hermanos,  y nuevos amigos que en poco lo acriollaron, volviéndose tan gaucho como ellos  lo fueran  y al punto lo aceptaran.  Amigo del caballo y por ello también del campo abierto, con clara intuición vió brillar su destino en la agricultura que allí despertaba. Su  clara inteligencia pronto le dio el timón de esa gran familia    cuyos miembros confiaron  en su seriedad y en su honestidad total, y hermanados juntos alinearon manzanos, perales y tal vez ciruelos que dieron vida y progreso a nuevos hogares que pronto brotaron. El suyo también floreció donde su claro ejemplo fue el farol de hijos y nietos.    Algunos cercanos no le fueron leales pero su humildad hizo que su mejilla devolviera comprensión.         Siempre conservó verdaderas amistades.  Al final le tocó vivir el espacio urbano que no era el suyo, pero el querer otro futuro para sus hijos le llevó a ceder, por ellos haría cualquier sacrificio. No olvidó la tierra de la que le apartó su gastada energía. Sus otoñales tiempos marcados de tristeza lo vieron en una lucha desigual, con la que se enfrentó con la dignidad de siempre.                                 Así llegó el día en que se marchó dando por rendida su misión humana y así Don Alfredo, quizá allí siga esperando a aquellos que de él bebieron la clara hidalguía de ser y servir. Esos que después de imitarlo y de cumplir sus vidas, aspiren al premio  de ubicarse a su lado.”
                                                                
Alfredo Vicente














RECORDANDO A DOÑA CARMEN


    Ella Doña Carmen, mi madre es la otra parte de mi historia; de condición emprendedora y fuerte de espíritu. De familia humilde nació en Buena Nueva (Guaymallén). Muy joven tuvo que ayudar a su padre imposibilitado en sus piernas, debido al efecto de pisar barro par adobes y ladrillos. Van a Bermejo donde ella cosecha y llena muchos tachos de uva al día para mantener su familia.                                                                                                                           Datos de parientes la alentaron a mudarse a Tunuyán, donde marchó con sus padres y hermanos menores, y donde lograron afincarse. Allí conoció a Alfredo su fiel esposo de por vida. Con él compartió la vida frutícola de finca, donde nacieron y crecieron los hijos, a los que guió y defendió como leona.                           Siempre fue el centro de su parentezco, siendo la que más ayudó a sus padres y a los que acompañó, hasta el momento de sus muertes.                                Luego con su marido (siempre a su lado) decidieron vivir en la Villa, donde siguió atenta a los destinos de sus hijos y respetándoles sus modalidades.                  Y al perder a su compañero eterno,  tal vez por esa recordación, ella creyó que los hijos apreciaríamos más, la memoria de él que la de ella.                                Pero ya consumida, despojada de la energía que la acompañó, ella dejó este mundo, y hoy le digo si ella me entiende, que debe saber que eso no es así, que nuestro recuerdo hacia ellos va por igual, 50 y 50 si pusiéramos valores.                  Doña Carmen anidará siempre en el alma de su descendencia, lo hará su ejemplo de fortaleza y la lealtad que la distinguió.                                                        Ella, seguro estará yá junto a aquél, con quien compartieron la vida. Una vida que seguirá iluminándonos a quienes hoy recordamos a Doña Carmen.                                                                   Alfredo Vicente


EPÍLOGO

           Ocupo este final como anecdotario muy personal, respecto a mis padres.
Mi viejo muy criollo y tradicionalista, nos soñaba agauchados, para lo que nos hacía hacer botas a medida, con mi tío que era zapatero. Complementaba esto mi vieja, que sabía de costura, confeccionándonos (a mi hermano menor, de 7 y a mí de 10 aprox.) bombachas y camperas (en buena tela) equipo que usábamos gustosos, cuando salíamos de gala.
          Debo agregar que mis viejos, nos permitieron que tomáramos clases de baile folclórico en una academia, (siempre a los dos varones pues mi hermana era aún muy pequeña). Para ello, viajábamos dos días a la semana al centro, donde aprendimos muchas danzas. En fiestas familiares, les ilusionaba vernos bailar el malambo juntos.
         Algo que también nunca olvidaré, eran las visitas diarias de mi viejo ya jubilado, hacía a mi casa familiar, que quedaba muy cerca de la suya. Un mimo para estar al día sobre lo que nos acontecía. Yo en contadas ocasiones iba a la suya, no sólo a verlos sino a buscar alguna herramienta o elemento, que sabía que él siempre guardaba en cajoncitos. Cuando yo luego de estar con ellos, me dirigía al fondo él me decía con humor irónico: " Ya vendrás por algo que llevarte, no"
        A esto uno la imagen de mi vieja pegada al ventanal, esperando que yo pasara por la vereda opuesta a dar clase, desde allí me saludaba con cierto orgullo.

       


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